En nuestra estancia en Iguazú hemos podido presenciar una de las mayores demostraciones de estupidez humana. Tres países: Paraguay, Argentina y Brasil comparten una triple frontera precisamente en unos escasos kilómetros cuadrados con mucho interés turístico: sobretodo las cataratas, pero también una presa gigante, tiendas sin impuestos, y demás. Con lo cual, la visita turística se convierte en un continuo cruzar de fronteras, con sus respectivas aduanas, control de pasaportes, etcétera.

Los afortunados europeos de bien, desde hace unos años gozamos de unas ventajas estupendas en nuestros viajes por el viejo continente. Aunque nos ha costado un altísimo precio, podemos ir desde Algeciras hasta Helsinki sin necesidad de enseñar a nadie el pasaporte ni perder un mísero minuto conversando con un antipático policía de fronteras. Pero no todo el monte es orégano y estas ventajas acaban cuando uno se encuentra fuera de los países de la región, como es nuestro caso.
Así que así andamos, pasaporte arriba, pasaporte abajo, todo para conseguir los dichosos sellos que pretenden llevar un control de entrada y salida de cada estado.

Señores gobernantes del mundo, me dispongo desde esta humilde tribuna a darles un consejo: dejen de gastar sus recursos en semeajante mamarrachada. A partir de ahora procederé, comenzando desde la visión más filantrópica y acabando por la más práctica, a darles mis motivos.
Si todos los humanos somos iguales, ¿quien son ustedes para impedir a nadie entrar a un territorio? Y esto me choca todavía más en paises ultracatólicos como los que piso: si todos somos hijos de Dios, si San Pedro abre las puertas del cielo a todos por igual, ¿como son capaces ustedes de negar la entrada a nadie a una tierra que ni siquiera les pertenece?
Por otro lado, el que se dispone a entrar irregularmente a un país no es tan estúpido como para hacerlo por un puesto fronterizo minado de policía. Esto obviando que el que firmemente desea entrar a un país ilegalmente, tarde o temprano, de una manera o de otra, lo consigue.
La vieja Europa ha demostrado que la libre circulación de personas no supone éxodos masivos, pese a que el tratado de libre circulación incluye países con unos índices de riqueza tan dispares como Noruega y Rumanía. Todo tiende a un equilibrio y el que quiere salir, sale, y el resto se queda en su santa casa.
Si los millones de horas que se han perdido en trámites aduaneros se hubieran invertido en investigación médica posiblemente habríamos dado ya con la vacuna del SIDA.

Y si todos estos motivos no son suficientes, piensen en lo que suelen pensar: el sucio dinero. ¿Cuantos miles de millones se están gastando en controlar todas las entradas de un país? ¿Cuantos sueldos absurdos se están pagando a escribas cuyo único cometido es poner estampitas en pasaportes? ¿Si se dedicara todo ese dinero a otras necesidades, no nos iría mucho mejor?
En fin, quizás sea yo un idealista, pero hablando claro, lo del sello es una gilipollez de aquí a Lima.
Muchas veces se ha demostrado que no se puede poner paredes al monte, pero los dirigentes de este mundo siguen dándose de bruces día a día contra el muro de la estupidez. Eso sí, hasta que esto no cambie, no pierdas tu pasaporte ni te lo dejes caducar.