Desde Mompiche, por pura curiosidad miramos en la web de couchsurfing por si en Puerto Lopez, alguien nos podía acoger. Desde que viajamos 3 hemos dejado de usar la aplicación de la que ya os hablamos, ya que suele ser un poco complicado encontrar a un huésped dispuesto a acoger a tres viajeros, pero la casualidad quiso que apareciera el nombre de Giulia en mi pantalla y que sin mucha convicción le mandara un mensaje.
Qué ilusión cuándo al día siguiente, Giulia nos contestó que si alguien aceptaba dormir en el suelo o en una hamaca éramos más que bienvenidos, sin problema, allí vamos!
Cuándo llegamos después de 14h de bus, muchas más de las previstas, sin internet y sin poder avisar a nuestra anfitriona, Giulia nos dijo que nos quedáramos en Puerto Lopez (su casa estaba a pocos km) esa noche ya que era tarde para ir y ella había hecho planes pero que fuéramos al día siguiente, que ningún problema. Un poco cansados y decepcionados (porqué nos ilusionaba poder instalarnos sin buscar hostal y estar como en casa, que es lo que suele pasar cuando haces couchsurfing), buscamos hotel, encargamos el tour a la isla de la plata y nos planteamos si nos íbamos directamente hacia Cuenca al día siguiente o si parábamos una noche en casa de Giulia.

Quién nos iba a decir que en lugar de una noche nos quedaríamos anclados, atrapados por la amabilidad y la risa franca de Giulia por 4 noches en la maravillosa casita frente al mar a escasos kilómetros a las afueras de Puerto López.
Pero vayamos por partes, esa noche nos acostamos ya tarde controlando en nuestros móviles como Donald Trump iba tiñendo de rojo los diferentes estados norteamericanos y en la mañana nos embarcamos junto a otros 4 incrédulos Americanos, una Danesa de muy buen ver y su novio Español, una chica alemana y un callado Canadiense hacia la Isla de la Plata.
En el momento de arrancar, uno de los dos motores no funcionaba y después de media hora de grasientas manipulaciones pensamos que ni Galápagos de los pobres ni ocho cuartos, pero después de sacar no menos de 8 bujías del motor de 400 caballos de la lancha y cambiarlas por otras, el capitán anunció que nos podíamos ir.
Una hora más tarde fondeábamos frente a la isla mientras unas 7 u 8 tortugas gigantes y decenas de peces de colores rodeaban la barca esperando los cachos de lechuga que les lanzaba nuestro guía.


Desembarcamos en la isla y realizamos una caminata por los acantilados observando un montón de curiosos picudos de patas azules, una ave que, como su nombre indica tiene las patas de un color marcadamente azul clarito. Pareciese como si alguien se hubiese dedicado a darle brochazos a todos los ejemplares adultos allí presentes, y sino, juzguen ustedes mismos!

Finalmente, almorzamos en la barca e hicimos esnorqueling en las frías aguas de la bahía dónde observamos enormes peces globo de colores, peces loro, peces araña y curiosos corales de un verde militar.
De vuelta a Puerto López agarramos un bus para llegar hasta casa de Giulia, nos encontramos con una encantadora Italiana que acoge a menudo animales abandonados, y justo en ese momento acababa de volver de pasar 24h fuera. Las 4 cachorras que acogía en este momento habían evacuado sin piedad en la cocina, dónde se habían quedado encerradas, y una de ellas tenía diarrea, nuestra primera misión fue la de limpiar a las cachorras y alguna, se había revolcado en las heces de su hermana…

Una vez superada la crisis, nos instalamos y descubrimos la preciosa casa de Giulia, abajo la cocina y comedor, arriba una terracita cubierta, una sala inmensa que hacía las veces de dormitorio y de sala de estar, un precioso cuarto de baño abierto parcialmente por dos lados, sin ventanas para sentir la brisa del mar mientras uno se ducha, se lava los dientes o se sienta en el trono. Nos contó que había llegado allí por casualidad, casi tres años atrás, y que paseando por la playa desierta se enamoró del lugar. Ella y su ex-marido llegaron a un acuerdo con el propietario del terreno que ocupaba una antigua perrera, y con sus propias manos y la ayuda de algunos obreros, levantaron la casa que allí veíamos, aunque ahora hacía más de un año que estaba sola, el marido Colombiano, había vuelto a su país.

Estábamos asombrados, el lugar estaba en medio de la nada y ella sóla se había dedicado al jardín, el huerto, los animales, sus labores, las reformas… si bien es cierto que el jardín y el huerto habían visto tiempos mejores, nos anunció que en Diciembre probablemente tendría que dejar la casa y no estaba con ánimos para empezar otra vez de cero.
Conectamos de inmediato, Giulia tenía una energía inacabable y lo curioso es que nos dio la impresión que nos acogió bajo su ala protectora, parecía que cuidara de nosotros con ímpetu pero con suavidad, con determinación pero con tranquilidad.

Se levantó todos los días antes que nosotros, dos de ellos nos preparó un magnífico pastel que devoramos frente al mar, nos explicó como visitar la bella playa de los Frailes en los alrededores, nos tuvo que ayudar con el fuego de la barbacoa, que los tres hombres de la casa no conseguíamos dominar, nos acompañó, aunque estuviera lesionada en el pie al pueblo vecino (nos contó que la lesión se debía a una feroz entrada de fútbol que ella misma realizó a la Italiana, eso es, por detrás y sin opción a jugar la pelota, el día anterior a nuestra llegada) y por último nos acompañó también al lujurioso pueblo de perdición: Montañita.


Montañita merece mención aparte ya que en este pueblo de costa lleno de extranjeros solo se viene a surfear, emborracharse, drogarse y ligar.
Aparte de lo del surf y lo del ligue creo que cumplimos con la tradición.
La noche acabó sobre las cinco de la mañana, después de haber bailado sin reposo, con los Willys y Giulia dormitando en el taxi que nos llevó de vuelta a la tranquila casita del mar.

En fin… que lo que tenía que ser una noche de paso se convirtió en 4 noches y 5 días de mucho fluir y nos hubiésemos quedado aún más… pero Perú nos llamaba, y antes de eso una última parada en Ecuador, Cuenca dónde nos íbamos a reencontrar con mi compañero de capoeira en Barcelona, Julien.

Giulia no nos permitió despedirnos, la mañana del último día huyó a hurtadillas antes de que abriéramos los ojos y con una preciosa nota y un pastel nos dijo «hasta la vista», así que un poco nostálgicos, nos plantamos en la carretera con nuestras mochilas y esperamos el bus. Una camioneta se paró y nos subió en su mugriento remolque hasta Montañita, el aire en la cara nos despejó y de allí otras interminables 10 horas de bus hasta Cuenca.
Julien es un chico Francés que se instaló en Barcelona hace 9 años y que hace dos decidió dejarlo todo y ponerse a viajar (¿os suena?), después de estar en Martinica, Jamaica, Cuba, Colombia… el destino quiso que en Cuenca se enamorara de una sonriente Ecuatoriana y decidiera plantarse, momentáneamente, en su vuelta al continente americano, de eso hace ya 11 meses.


Julien nos dio cobijo en su piso, que alquila junto a un Venezolano en el centro de esta ciudad de estilo colonial. Se portó de fábula con nosotros, me invitó a unirme a su grupo de capoeira en uno de sus agotadores entrenamientos y organizamos una magnífica barbacoa en su terraza dónde ingerimos ingentes cantidades de carne, cerveza y canelazos sin pestañear.
También visitamos el parque Nacional Cajas, otra sobrecogedora caminata de 5 horas a unos 4000 metros de altura entre montañas cubiertas de hierbajos y gélidas lagunas en la que, pese algún problema de orientación inicial, llegamos a buen puerto. Me fascinaron los colores pardos y el brillo de las lagunas, fue una gran despedida de Ecuador ya que al día siguiente entre abrazos y promesas de reencuentros con Julien nos dirigimos a la estación, rumbo Perú!


